El despertar de la señora Cinamomo no es alegre, pues al meter los pies en las pantuflas descubre que éstas se han llenado de caracoles. Armada de un martillo, la señora de Cinamomo procede a aplastar los caracoles, tras de lo cual se ve precisada a tirar las pantuflas a la basura. Con tal intención baja a la cocina y se pone a charlar con la mucama.
-La casa va a estar tan sola ahora que se fue la Ñata.
-Sí, señora - dice la mucama
-Qué concurrida la estación, anoche. Todos los andenes llenos de gente. La Ñata tan emocionada.
-Salen muchos trenes - dice la mucama.
-Eso, m'hijita. El ferrocarril llega a todos lados.
-Es el progreso - dice la mucama.
-Los horarios tan justos. El tren salía a las ocho y uno, y salió nomás, eso que iba lleno.
-Le conviene - dice la mucama.
-Qué hermoso el compartimento que le tocó a la Ñata, vieras. Todo con barras doradas.
-Sería en primera - dice la mucama.
-Una parte hacía como un balcón y era de material plástico transparente.
-Qué cosa - dice la mucama.
-Iban solamente tres personas, todas con asiento reservado, unas tarjetitas divinas. A la Ñata le tocó de ventanilla, del lado de las barras doradas.
-No me diga - dice la mucama.
-Estaba tan contenta, podía asomarse al balcón y regar las plantas.
-¿Había plantas? - dice la mucama.
-Las que crecen en las vías. Se pide un vaso de agua y se las riega. La Ñata enseguida pidió uno.
-¿Y se lo trajeron? - dice la mucama.
-No - dice tristemente la señora de Cinamomo, tirando a la basura las pantuflas llenas de caracoles muertos.