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Nadando en la piscina de gofio

El profesor José Migueletes inventó en 1964 la piscina de gofio apoyó en un principio el notable perfeccionamiento técnico que el profesor Migueletes aportaba al arte natatorio. Sin embargo no tardaron en verse los resultados en el campo deportivo cuando en los Juegos Ecológicos de Bagdad el campeón japonés Akiro Teshuma batió el récord mundial al nadar los cinco metros en un minuto cuatro segundos.

Entrevistado por entusiastas periodistas, Teshuma afirmó que la natación en gofio superaba de lejos la tradicional en H2O. Para empezar, la acción de la gravedad no se hace sentir, y más bien hay que esforzarse para hundir el cuerpo en el suave colchón harinoso; así, la zambullida inicial consiste sobre todo en resbalar sobre el gofio, y quien sepa hacerlo ganará de entrada varios centímetros sobre sus esforzados rivales. A partir de esa fase los movimientos natatorios se basan en la técnica tradicional de la cuchara en la polenta, mientras los pies aplican una rotación de tipo ciclista o, mejor, al estilo de los venerables barcos de ruedas que todavía circulan en algunos cines. El problema que exige una nítida superación es, como lo sospecha cualquiera, el respiratorio. Probado que el estilo espalda no facilita el avance en el gofio, preciso es nadar boca abajo o levemente de lado, con lo cual los ojos, la nariz, las orejas y la boca se entierran inmediatamente en una más que volátil capa que sólo algunos clubes adinerados perfuman con azúcar en polvo. El remedio a este pasajero inconveniente no exige mayores complicaciones: lentes de contacto debidamente impregnados de silicatos contrarrestan las tendencias adherentes del gofio, dos bolas de goma arreglan la cosa por el lado de las orejas, la nariz está provista de un sistema de válvulas de seguridad, y en cuanto a la boca se las rebusca por su cuenta, ya que los cálculos del Tokio Medical Research Center estiman que a lo largo de una carrera de diez metros sólo se tragan unos cuatrocientos gramos de gofio, lo que multiplica la descarga de adrenalina, la vivacidad metabólica y el tono muscular más que nunca esencial en estas competiciones.

Interrogado sobre los motivos por los cuales muchos atletas internacionales muestran una proclividad cada vez mayor por la natación en gofio, Tashuma se limitó a contestar que a lo largo de algunos milenios se ha terminado por comprobar una cierta monotonía en el hecho de tirarse al agua y salir completamente mojado y sin que nada cambie demasiado en el deporte. Dio a entender que la imaginación está tomando poco a poco el poder, y que ya es hora de aplicar formas revolucionarias a los viejos deportes cuyo único incentivo es bajar las marcas por fracciones de segundo, eso cuando se puede, y se puede bastante poco. Modestamente se declaró incapaz de sugerir descubrimientos equivalentes para el fútbol y el tenis, pero hizo una oblicua referencia a un nuevo enfoque del deporte, habló de una pelota de cristal que se habría utilizado en un encuentro de basketbol en Naga, y cuya ruptura accidental pero posibilísima entrañó el harakiri del equipo culpable. Todo puede esperarse de la cultura nipona, sobre todo si se pone a imitar a la mexicana, pero para no salirnos de Occidente y del gofio, este último ha empezado a cotizarse a precios elevados, con particular delectación de sus países productores, todos ellos del tercer mundo. La muerte por asfixia de siete niños australianos que pretendían practicar saltos ornamentales en la nueva piscina de Camberra muestra, sin embargo, los límites de este interesante producto, cuyo empleo no debería exagerarse cuando se trata de aficionados.