Odian de tal manera a la tía Angustias que se aprovechan hasta de las vacaciones
para hacérselo saber. Apenas la familia sale hacia diversos rumbos turísticos, diluvio de
tarjetas postales en Agfacolor, en Kodachrome, hasta en blanco y negro si no hay otras a
tiro, pero todas sin excepción recubiertas de insultos. De Rosario, de San Andrés de Giles,
de Chivilcoy, de la esquina de Chacabuco y Moreno, los carteros cinco o seis veces por día
a las puteadas, la tía Angustias feliz. Ella no sale nunca de su casa, le gusta quedarse en el
patio, se pasa los días recibiendo las tarjetas postales y está encantada.
Modelos de tarjetas: «Salud, asquerosa, que te parta un rayo, Gustavo.» «Te escupo
en el tejido, Josefina.» «Que el gato te seque a meadas los malvones, tu hermanita.» Y así
consecutivamente.
La tía Angustias se levanta temprano para atender a los carteros y darles propinas.
Lee las tarjetas, admira las fotografías y vuelve a leer los saludos. De noche saca su
álbum de recuerdos y va colocando con mucho cuidado la cosecha del día, de manera que
se puedan ver las vistas pero también los saludos. «Pobres ángeles, cuántas postales me
mandan», piensa la tía Angustias, «ésta con la vaquita, ésta con la iglesia, aquí el lago
Traful, aquí el ramo de flores», mirándolas una a una enternecida y clavando alfileres en
cada postal, cosa de que no vayan a salirse del álbum, aunque eso sí clavándolas siempre en
las firmas, vaya a saber por qué.